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El invierno americano de Donald Trump
Desde el primer día de su mandato, Donald Trump tiene el propósito de iniciar la deportación de un millón de personas. Más allá de la operatividad de la medida, de su viabilidad inicial, vienen momentos difíciles para los migrantes y para México.
Lo prometió, lo aviso desde la campaña, y hará todo lo posible por cumplirlo, porque una parte, dada despreciable de sus votantes, es lo que están exigiendo.
En nuestras fronteras es donde se resentirá más esta política. Hace algunos años, ya tuvimos la evidencia de cómo viene la mano es ese sentido, cuando en los hechos fungimos como tercer país seguro.
Los saldos están a la vista. En Chiapas, en la zona fronteriza con Guatemala, hay un despliegue militar que tiene el objetivo de contener el paso de personas migrantes hacia el norte.
La violencia viene aumentando desde hace años, pero se ha llegado al extremo de que poblaciones chiapanecas están huyendo a territorio guatemalteco.
Esto es producto de la disputa territorial de organizaciones del crimen organizado, que además de sus actividades tradicionales, han fortalecido su presencia porque el tráfico de personas les significa ingresos ilícitos invaluables.
Es en apariencia una paradoja, ya que el aumento de las fuerzas de seguridad debería significar una baja de las incidencias delictivas, pero no es así, porque los obstáculos al tránsito de personas hacen que los coyotes hagan su agosto.
En términos de seguridad, la llegada de Trump a la Casa Blanca puede complicar la estrategia en México, si esta no empieza a dar resultados.
Pero no nos engañemos, las presiones no serán por la mejora de las fuerzas de seguridad y mucho menos por elevar los estándares profesionales de las policías, sino para que se haga el trabajo de cerrar la frontera al paso de drogas y, de modo particular, al fentanilo.
Es apresurado el configurar escenarios, pero más vale que en el gobierno mexicano se encuentre preparados y que se hagan cargo de que la situación no es parecida a la de 2016, ya que muchos de los equilibrios que sí funcionaron contra Trump, serán ya débiles o no existen.
Se va a lidiar con un personaje que retorna con una sed de ajuste de cuentas más que evidente, y si bien sus objetivos primarios de encuentran en lo que llama “el pantano de Washington”, no tardará en expandir el alcance de sus fobias.
Es “el invierno americano”, como describió Gil Scott-Heron, hace décadas, a lo que podría significar el encumbramiento de un racista en la cúspide del poder.
Sí, es su segundo mandato, pero ahí está el riesgo mayor, porque Trump no piensa hacer pausa alguna, y tiene la experiencia de lo que no le funcionó en el pasado.
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Julián Andrade
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